27.12.2025

Contexto 1 | 2025. Fronteras y abismos

Pensamiento sin expresión, no es pensamiento.
Expresión sin pensamiento, no es expresión.
Belleza es expresión, y expresión es, siempre, milagro.
José Bergamín

 

 

El espacio escénico está tomado por el público. Lxs intérpretes ocupan las butacas. El mundo al revés. Lxs intérpretes van entrando poco a poco al espacio escénico y entre el público se respira la curiosidad y se acentúa el extrañamiento. Luego lxs intérpretes se sientan en lo que llamaríamos proscenio, ocupando una repentina fila cero. Desde allí, invitan al público a ocupar su lugar habitual. El espacio escénico, entonces, queda vacío. Todo está bañado por una luz natural que se irá apagando a medida que avanza el crepúsculo. Durante un rato, todxs juntxs miramos la nada, en silencio. Qué sencillo gesto para el reposo compartido frente al ruido exterior, para un instante de paz. Se levanta una intérprete. Avanza hasta el fondo del espacio y se queda de espaldas al público, mirando… ¿mirando qué? Permanece ahí unos segundos. Se gira. Vuelve a la fila cero. Se levanta otro intérprete y hace lo mismo. Luego otra. Luego otro. Luego varios a la vez. ¿Qué miran? ¿Qué piensan? ¿Qué sugieren? ¿Qué miraba el hombre de espaldas frente al mar de nubes en el famoso cuadro de Friedrich? ¿Qué abismos rondaban los pensamientos del monje frente al mar en ese otro cuadro del pintor alemán, icono del Romanticismo?

 

«Monje mirando al mar». Caspar David Friedrich. Credit: Staatliche Museen zu Berlin, Nationalgalerie / Andres Kilger

 

 

Friedrich había esbozado algunos barcos entre la bruma, pero no los pintó; decidió finalmente dejar en el cuadro un horizonte insondable que el monje observa desde su insignificancia. La figura humana es tan pequeña frente al mundo, que cobra mayor protagonismo. También Pablo Messiez decidió un similar despojo radical para que sus figuras se enfrentaran con un vasto fondo abismal del que solo surgen preguntas. Y una afirmación a modo de título: Podría pasar cualquier cosa. Una obra que es y no es, una parada momentánea, un tren que se detiene unos instantes en una vieja estación por si sube o baja un peatón del aire. Ya se sabe: la esencia del viaje no es el destino, sino el camino. Un pelotón de figuras humanas que se van arracimando, que se escuchan con la piel, que se atraen y se repelen como átomos según la carga se acomode en el lado positivo o en el lado negativo de la vida. Figuras que, como las de Friedrich, se detienen frente a un momento crucial de la Historia, una bisagra del tiempo donde aquel individuo romántico y triste ahora necesita la coralidad y su alegría. Pero estos coreutas reunidos por la causalidad y por la necesidad, ya no son parte de la tragedia: son víctimas, son la tragedia misma. El cuerpo común que sostiene la tragedia. Y sí, podría pasar cualquier cosa: el nihilismo y el amor, el absurdo y la fatalidad, la frivolidad y la espiritualidad. Y la espiritualidad frívola, tan de moda. Mio Cristo piange diamanti…

 

Con este work in progress de Pablo Messiez, trabajado junto a lxs alumnxs de tercero de la Diplomatura de la escuela y avanzadilla de lo que será su próxima obra, La forma humana, se cerraba 2025 en Réplika Teatro. Es la excusa perfecta para trazar un camino en sentido inverso y caótico, antijerárquico, diacrónico, a través de las propuestas que han marcado el año y dan sentido a un iniciativa artística en constante revisión y transformación, que aspira a establecer un diálogo crítico con el presente, el presente de las ideas y el presente de los hechos, el presente en sentido político y el presente en sentido estético.

 

El presente post-disciplinar en el que teatralidades, sonoridades y visualidades conviven en busca de una coherencia interior acorde con las ideas y emociones que se están barajando ahí afuera, en la confluencia global de culturas y generaciones que es hoy nuestro mundo. Capitalismo moribundo y tambores de guerra, genocidios impunes, fascismos recauchutados, planeta agonizante y sálvese quien pueda. Y lxs ciudadanxs de a pie negociando una posibilidad optimista para ver el vaso medio lleno. “Todo está tan bien que está mal. Y todo está tan mal que es la muerte”, dice el texto de Podría pasar cualquier cosa. Y también: “Cantamos muy poco bailamos muy poco y hablamos de más. Ya ni las guerras nos salvan”. ¿Qué nos salvará, pues? Mientras llega el, la o le mesías, que siempre es unidad, unitarix y unidimensional, nos queda la vivencia compartida, en el fútbol, en el centro comercial o en un pequeño teatro de un barrio pequeño burgués.

 

Sin renunciar a la ironía como anclaje, es evidente que se percibe en el ambiente un serio y renovado anhelo de comunidad como tabla de salvación, un apelar al estarjuntismo, que diría Roger Bernat, que atraviesa varias de las propuestas programadas en Réplika en este extinto 2025. Un tocarse mínimamente, como hacen lxs bailarinxs de Alex Baczyński-Jenkins para mantenerse unidxs en ese ritual que comparten tan generosamente enlazando sus meñiques en Unending love, or love dies, on repeat like it’s endless. Apelación al infinito repitiendo un gesto que se convierte en coraza común frente a las violencias que amenazan formas de vida y arte poco complacientes con un antiguo régimen del deseo que pugna por su restauración.

 

 

Resistencia como respuesta. Como resisten igualmente los cuerpos que bailan lo pensado y creado por Celia Reyes (que ha residido en Réplika, que presentó su trabajo aquí de la mano de la Muestra SURGE de la Comunidad de Madrid, Self, pleasure, y que tiene pista libre ya para despegar hacia las mecas de la danza contemporánea, donde quiera que estén). Resistencia en la reapropiación de los cuerpos usurpados por las violencias hetero patriarcapitalistas. Hay aquí una línea que une a Baczynski-Jenkins con Celia Reyes, con Mette Ingvartsen (creadora danesa que pasó con su Delirious Night por los Teatros del Canal en el festival Madrid en Danza), con otros dos coreógrafos polacos (inestimable aquí la relación tejida con el Nowy Teatr de Varsovia y el Instituto Adam Mickiewicz), uno que estuvo aquí en marzo, Wojciech Grudziński, y otra que ya está dando que hablar en Europa y que esperamos ver pronto en Madrid, Ewa Dziarnowska, y con las griegas Despina Sanida Crezia y Xenia Koghilaki. Danzas de liberación, ritual y repetición (pleonasmo), con acento queer y con acento freak.

 

De Threesome, la pieza de Grudziński, permanece -otra vez- la idea de reapropiación política de la memoria de los cuerpos (los de aquellos bailarines que no pudieron brillar por las pacatas miradas culturales de antaño), un legado reprimido que aflora de forma grotesca en un baile con los fantasmas que repudiaron los guardianes de la tradición, que más que guardar, la embalsaman. Su ritual repetitivo de oberek desempolva y libera el folklore para darle un nuevo sentido, para erigir la cuestión de cómo las formas del pasado siguen actuando en el presente y cómo afectan en la construcción del espectador de hoy. Preguntas parecidas asaltan al ver Sudario de Carmen Quismondo, también como parte de la programación de artistas emergentes de SURGE. De Down to under, la pieza de Despina Sanida que llegaba de la mano del Festival Domingo, nos queda el sabor áspero del nihilismo y la rabia frente a un mundo hostil que expulsa la sensibilidad y la posibilidad del amor entre las generaciones más jóvenes. Un gesto de ruptura y de apertura nacido del cansancio de cuerpos maltratados por el sistema, de su vulnerabilidad puesta a prueba hasta la náusea. Cuerpos que se levantan, se mueven, convulsionan contra el caos y contra el K.O. Coreopolítica desde el underground, porque solo los serviles se asoman al mainstream.

 

En modo furioso, de furia comunitaria, comparecía igualmente la troupe que acompañó a Javiera Paz y Manuel Egozkue, que dentro de SURGE presentaron en Réplika un trabajo que conmovió a muchxs: Nadie sabría decir lo que puede un encuentro. Como sucedía en la pieza de Despina Sanida Creuza, aquí se sentía en el escenario la energía de los descampados, de las raves, de los no lugares alérgicos al guión, la estructura y la ley. Energía voraz y desbocada, expresión generacional que bebe de lo punk pero con mayores dosis de desolación, tanta desolación que es el propio creador, Egozkue, quien termina tomando el micro para ensayar arengas que expresan la nada, que dicen más cuando son grito que cuando son palabra. El vacío detrás del eslógan. La cara interior de la máscara, con sus descosidos y manchas de sudor, con sus deformidades, con los restos de lecturas en el envés de la conciencia. Marie Delgado llegaba también de la mano de SURGE con La nueva era, una nueva era cargada de residuos de eras anteriores, de absurdo carnavalesco, de collages posmodernos, de preocupaciones por lo que el futuro le hará a los cuerpos. Nido para un pathosformel de lo grotesco, un doble ser atractivo y repulsivo al mismo tiempo. En los desvelos de lxs nuevxs creadorxs escénicos conviven los sentimientos grupales y el culto a la personalidad propia, esa ficción que creemos controlar, tan de instagram. Yoico, Yorange, Yovistar, Yozztel, Yodafone, Yoogle, Yoquesé. Yo acrítico reflejo solo de sus emociones, “basado en la autoconservación y la supervivencia, máxima aspiración del capitalismo digital”, dice Lola López Mondejar en su libro Sin relato.

 

Sea como sea, y desde el lado del espectador que somos todxs, artistas y público, estas propuestas que llevamos apuntadas contribuyen a explorar, en línea con Andrea Soto Calderón, “nuestras fuerzas imaginantes, recuperar la potencia que habita en nuestra mirada; no aquella que se congela entre las pantallas, sino la que nos atraviesa como un relámpago en donde se avista lo que nos espera”. En esa tarea, la de avistar lo que nos espera, siempre fue vanguardia Mónica Valenciano, y sigue siéndolo. En abril nos invitó a recorrer con ella El lugar de los pasos perdidos, un agujero en el tiempo que traía gestos y sonidos primigenios como espejo donde mirarse de nuevo, un nuevo y mejor fracaso que insiste en romperlo todo, en arrastrar el mundo consigo usando los mocos como lubricante. Mónica Valenciano es ruina reconstruida cada vez que se deja mirar, es la inteligencia de una obrera que, sin quitarse el mono de trabajo, ha llegado a ser la reina de la colmena sin ningún ánimo de mandar sobre nada ni sobre nadie. Tan despojada de imperativos mercantiles como Paz Rojo, otra veterana que alumbró en Réplika su Hipersueño, junto al Festival Domingo, una pieza que se levanta, en su abstracción, en su imprecisión, en su inasibilidad, contra el producto acabado, contra la producción seriada, abierta al misterio de una nueva mundificación.

 

 

 

 

Lo de Paz Rojo es un despliegue de nuevas texturas que nacen también del y con el sonido en un presente que cambia el estado y el estar de los cuerpos y de su relación. Lo sonoro y su relación con los cuerpos es otro argumento a esgrimir en este relato que quiere acompasar los pasos dados en los últimos doce meses en este lienzo que se pinta y despinta cada noche consagrado a lo efímero que es un teatro de paredes blancas. Adrià Girona, Andrea Pellejero y Rut Girona, o sea, Monte Isla, residieron en Réplika (Cuerpo de baile) explorando la potencialidad del sonido como agente provocador, como herramienta emancipadora, como motor de movimiento para cuerpos que se preguntan por sí mismos más allá de lo identitario. El Conde de Torrefiel expandió la idea espaciotemporal de teatro (Cuerpos celestes) conjugando la experiencia común con la experiencia individual de la mano de lo que se escucha íntimamente, a través de unos auriculares, para escapar, como diría Andrea Soto Calderón, “de las reducciones e inconsistencias de las imágenes” y, en la soledad de nuestra capacidad imaginativa, “acceder a la verdad que encubren”. Algo parecido a lo que propone Macarena Recuerda Shepherd en Si fuera una película.

 

Lo que se ve, lo que se mira, lo que se escucha, lo que se imagina. Lo que contribuye a tensar las relaciones convencionales entre público y expresión artística. Réplika como espacio de apertura para nuevas narrativas donde conviven el arte sonoro y su performatividad escénica. Lo que aportan festivales como MMMAD o In-Sonora y colectivos como Lágrima. O lo que trajeron desde Japón -madre mía- Violent Magic Orchestra. O el cierre pre veraniego de Lolo & Sosaku con Êlectrôn 45Cc L=20nm, W20nm, ritual hipnótico, inolvidable, que ponía en cuestión el lugar del espectador/a, su lugar en el intercambio, su rol, su participación, su deseo y su placer. El ruido y la máquina que hacen del peligro un concepto artístico a explorar en un mundo aséptico dominado por los inspectores de riesgos laborales. Así igualmente en Häxan, de Éskaton, que aunque vivió su estreno en los Teatros del Canal dentro del Festival de Otoño, es producto del decidido apoyo de Réplika a creadorxs y apuestas que, entendemos, proponen formas diversas de contar las cosas y relacionar los cuerpos con la materia, lo vivo y lo muerto, la palabra y la imagen.

 

Se trata, en definitiva, de hacer también de Réplika un campo de pruebas para artistas que rompen la dinámica acomodaticia, que buscan otros caminos como vía de expresión, posibilitados a través, por ejemplo, de las alianzas entre Héctor Arnau (Las víctimas civiles) y Tomás Aragay (Societat Doctor Alonso) en Despierta Polifemo, o entre el artista plástico y diseñador Andrés Reisinger y la compositora y cantante Lourdes Hernández, aka Russian Red, en Anoche en la azotea. Un campo de pruebas para retorcer la idea de autoficción como hacen Martín Flores Cárdenas (La fuerza de la gravedad) y Marina Otero (Ayoub, programada junto al Festival de Otoño de Madrid). Un espacio seguro para disidencias de todo tipo. Fue un placer muy reconfortante escuchar a Lukas Avendaño, que nos compartió el universo muxe aquel domingo de noviembre. Y dejarnos mecer por la utopía lenta y tierna de Gergo Farkas en Babes. Por cierto, tanto Gergo Farkas como Xenia Koghilaki con su pieza Slamming llegarón a inaugurar Réplika como sede de la red europea de danza Aerowaves, gracias a la alianza con Paso a 2 de la incombustible Laura Kumin.

 

 

Se termina conformando con todo esto una colección única, un muestrario vivo que, como en la pieza que trajo la creadora portuguesa Raquel André (en colaboración con el festival lisboeta Boca Bienal), aviva el sentido de Pertenencia. Gente que recolecta y que vive de la recolección, como en aquella película de Agnès Varda, Los espigadores y la espigadora. Sentir que esta casa es la casa de Lucía Marote, de Clara Pampyn, de Mucha Muchacha: sus preguntas sobre el quiénes somos en escena y fuera, el por qué nos movemos, son las preguntas de todxs. En contra de los yoes desagregados por la economía de la atención imperante, aquí se busca, como hace Martín Flores Cárdenas, la integración de los yoes en un cuerpo común. “La naturaleza del hombre, en tanto que ser esencialmente social -dice John Berger-, aunque está objetivamente demostrada por la existencia misma del lenguaje, la ciencia y la cultura, solo se puede sentir de una forma subjetiva mediante la experiencia de la fuerza del cambio que resulta de la acción común”.

 

En este “eterno presente comercial” que acuñó J.G. Ballard en uno de sus visionarios relatos, en este eterno modo post-punk donde nadie nos puede mandar a la mierda porque, como certificó hace ya más de 40 años la llegada de Joy Division, estamos en la mierda desde los albores del neoliberalismo, en esta tesitura inflacionaria de posverdades nos podemos preguntar, como se preguntaron los románticos tras aceptar el nihilismo: ¿Qué formas de resistencia imaginativa siguen siendo posibles? ¿Qué biología de las imágenes, las miradas, las sensibilidades? ¿Cómo contradecir este enorme proceso de disciplinarización global y desinstitucionalizarse como espectadorxs? ¿Cómo enfrentar la producción estratégica de ignorancia, la estultofilia, el “racismo de la inteligencia” (Bordieu) que traen los fascismos recauchutados, la idiocracia, la superficialidad, el negacionismo? Hay quien sigue creyendo que no pensar es sinónimo de no sufrir y que la adhesión a sentimientos reconfortantes simples como la religión plastificada de Hacendado es un signo de modernidad. Corrientes evangélicas pop, tribus tecnológicas, machosferas varias… Religiones de saldo que entienden la idea de dios como negocio y terminan atomizando. Realmente no proponen una verdadera experiencia de lo sagrado, y por supuesto no generan comunidad, no más que otra inversión en la máquina fetichista de identidades vacías. Puro fandom fantasmagórico que chamusca cerebros.

 

Este elástico año 2025 que muere con aires de cuartito de tripi, cuartito de hora y cuartito de siglo,  ha sido en Réplika Teatro un devenir sanguíneo que levanta acta de existencia de lo inexistente, para decirlo con Alain Badiou, donde artistas, obras y públicos son la sustancia que produce su propia unión, su propia convivencia, pertenencia pertinente. Es una unión contra la homogeneización cultural, contra el abono de la neutralidad. Dice Richard Sennett que “el deseo de neutralizar la diferencia, de domesticarla, surge de una ansiedad relativa a la propia diferencia, que se entremezcla con la cultura económica del consumidor global. Una consecuencia de ello es el debilitamiento del impulso a cooperar con los que siguen siendo irreductiblemente Otro”.

 

Desdibujados los perfiles, todo uno, todo cuerpo (ser o no ser un cuerpo), aquella tarde que inauguraba el invierno en la que asistimos a la misa pagana facilitada por Pablo Messiez, ya casi de noche, ya casi a oscuras, solo una voz hecha de muchas voces elevaba la poesía como arma común. Y al final, un abrazo y una canción. Y un aplauso. Y un calor familiar que daba sentido a aquella reunión… ¿espontánea?

 

Es triste ver a Narciso, viejo, contemplando
su arrugado y seco cuerpo desnudo reflejado en el agua quieta;
pero es repugnante ver que algunos jóvenes le rodean,
reflejando esa imagen en sus ojos, y sintiendo -o fingiendo sentir-
el mismo éxtasis suyo, en vez de cubrirle piadosamente,
para ocultar a los demás la indecencia de su borrachera.
José Bergamín